Paciencia: En silencio madura su camino
La paciencia a menudo se malinterpreta. Como espera. Como perseverancia. Como inacción. Sin embargo, la paciencia es algo diferente. Algo más profundo. Algo interno.
La paciencia no es sentarse pacientemente en una silla mientras se espera tiempos mejores. No es el agotamiento silencioso mientras se aguarda el final de una fase difícil. Y tampoco es la superación nerviosa de momentos en los que la vida no ofrece respuestas. La paciencia es una forma de presencia consciente. Una actitud. Un espacio en el que algo puede madurar dentro de usted, sin que usted lo impulse.
La pregunta que plantea la paciencia no es: ¿Cuándo mejorará finalmente?
Sino: ¿Puedo permanecer, incluso cuando no puedo controlar nada?
Muchos de nosotros hemos aprendido que tenemos valor cuando actuamos, reaccionamos, nos movemos. Cuando funcionamos. Y sin embargo, la vida trae una y otra vez momentos en los que no es posible ningún movimiento. En los que ninguna decisión apremia, ninguna solución es visible, ningún progreso es tangible. Tiempos que parecen vacíos. Silenciosos. Y a veces dolorosamente abiertos.
Estas fases exigen nuestra madurez interna más que cualquier acción. Porque no exigen nada, excepto que permanezcamos. Con nosotros mismos. Con lo que es ahora. Y con lo que aún no es.
La paciencia significa confiar en el presente, incluso cuando parece incompleto. Significa no satisfacer inmediatamente el impulso de actuar. Significa no saciar reflexivamente la necesidad de seguridad. Y significa soportar el dolor de no saber, no para ser fuerte, sino para permanecer honesto.
Porque a menudo es precisamente este vacío del que crece el verdadero conocimiento. Allí donde ya no podemos aferrarnos a nada, surge algo que no se puede planificar: una comprensión más profunda de nosotros mismos. De lo que realmente importa. De lo que no es ruidoso, pero es poderoso. De lo que espera en nosotros hasta que estemos listos para recibirlo.
La paciencia no es un estado. Es una decisión diaria.
Una decisión de no perderse a sí mismo, solo porque algo se hace esperar.
Una decisión de no atravesar cada puerta, solo porque se abre en ese momento.
Una decisión de permanecer en uno mismo, incluso cuando todo dentro de uno empuja hacia afuera.
En la vida cotidiana, encontramos este tipo de paciencia en muchos niveles. En las relaciones, cuando la cercanía no es posible de inmediato. En cuestiones profesionales, cuando el siguiente paso aún no está claro. En el trato con nosotros mismos, cuando la curación necesita tiempo, o cuando un nuevo comienzo no debe precipitarse.
La paciencia no exige mucho. Solo su ser. Y precisamente eso es inusual para muchos de nosotros. Porque estamos acostumbrados a hacer algo, a movernos, a rendir. Pero a veces el paso más valiente es no hacer nada, y aun así permanecer.
Quizás en esto radica una de las formas más silenciosas, pero más profundas de fuerza: No correr. No huir. Sino estar quieto allí. Y confiar en que su camino no se crea por la velocidad, sino por la profundidad.
Porque mientras usted permanece en paciencia, algo madura dentro de usted. Sin su intervención.
Quizás es exactamente lo que más necesita.