Nuestras reacciones de miedo se almacenan en nuestra memoria corporal con la ayuda de marcadores somáticos
Especialmente durante las reacciones de ansiedad, las personas suelen experimentar fuertes sensaciones físicas, de modo que se sienten incapaces de hacer nada al respecto.
Las observaciones muestran que el aprendizaje del miedo va acompañado de la adquisición de un (nuevo) marcador somático. En este proceso, se imputa una forma de amenaza o un peligro potencial a la experiencia alarmante en la amígdala y se almacena en la memoria corporal con la ayuda de un marcador somático.
A partir de entonces, situaciones similares o acontecimientos supuestamente relacionados sirven como desencadenantes de nuestro miedo y de una respuesta de miedo. Y la amígdala no es selectiva a la hora de reconocer y elegir posibles peligros, lo que tiende a clasificar como peligrosas incluso situaciones inofensivas. Esto se observa, entre otras cosas, en el hecho de que las personas asustadas, en particular, se vuelven cada vez más ansiosas y extienden sus temores a nuevas constelaciones. El miedo se hace perceptible a través del marcador somático correspondiente que percibimos físicamente.
La fuerza de la reacción del cuerpo (miedo) depende del estado de excitación que tuvimos que atravesar en su día durante la drástica experiencia. Mientras que un ligero hormigueo en el cuello puede parecer soportable, la sensación de hundimiento en la zona abdominal puede ser ya muy desagradable. Por desgracia, los síntomas más graves de una reacción de ansiedad no son infrecuentes y pueden ser muy angustiosos.
Pues depende de si somos capaces de resistir los actos reflejos durante una reacción de miedo. Porque sólo así podemos probar y aprender nuevas estrategias de comportamiento en la situación. A menudo, sin embargo, no somos capaces de hacerlo porque nos inunda nuestra sensación de miedo.
La amígdala y los marcadores somáticos crean nuestros miedos para protegernos
Nos quedamos literalmente “mudos de horror”, lo que sugiere que aún no se ha producido el procesamiento cognitivo de las impresiones sensoriales estresantes. Así, los recursos lingüísticos, entre otros, sólo están disponibles de forma limitada o no lo están en absoluto. No hay aprendizaje de nuevas estrategias. Por reflejo, nuestra memoria corporal intenta protegernos de cosas similares a partir de entonces. En esos momentos solemos sentir una gran tensión emocional y física.
La medida en que estas reacciones de miedo son funcionales o no debe decidirse caso por caso. Hoy en día, a menudo ya no lo son. El miedo tiene básicamente la misión de protegernos del peligro. Y a veces sólo la huida reflexiva puede ponernos a salvo: Si dudamos porque queremos volver a pensar en ello, puede que ya se haya acabado.
Los mecanismos se basan en nuestro sistema neuronal. Nuestro cerebro ha evolucionado mucho. El sistema límbico, que seguimos teniendo en común con el lagarto, determina nuestras reacciones reflejas y nuestro comportamiento ante el miedo. Parte del cerebro límbico es la amígdala, que se ha identificado como un centro influyente en el desarrollo de los miedos y en el control del comportamiento temeroso. La amígdala utiliza, entre otras cosas, la memoria de nuestra experiencia emocional y los marcadores somáticos.
Mientras que el hombre prehistórico seguía amenazado por los animales salvajes hace 2 millones de años, pero al mismo tiempo se enfrentaba a relativamente pocas impresiones sensoriales nuevas durante el día, el hombre moderno se encuentra en un mundo opuesto. Las amenazas directas contra la vida y la integridad física son escasas, aunque un coche que se acerque puede suponer un peligro. En cambio, hoy nos bombardean cientos de estímulos sensoriales cada minuto. Cuáles nos arrastran emocionalmente y dejan huellas duraderas varía de una persona a otra.
Sin embargo, numerosos miedos diferentes demuestran que, incluso hoy en día, aprendemos nuevos miedos con la ayuda de nuestro cerebro límbico y, en especial, de la amígdala. Se adaptan a nuestro mundo moderno. Por ejemplo, millones de personas tienen miedo a volar, al dentista, a un examen o a una actuación.
Gracias al método EMDR y, en particular, con la ayuda del autocoaching EMDR, podemos volver a controlar los miedos aprendidos, reducirlos a un nivel funcional tolerable y, en ocasiones, desaprenderlos.
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